“¿Qué
es la misericordia?
No
otra cosa sino una cierta miseria contraída en el corazón.
La
misericordia trae su nombre del dolor por un miserable:
la
palabra incluye otras dos: miseria y cor, miseria y corazón.
Se
habla de misericordia cuando la miseria ajena toca y sacude tu corazón”
(San Agustín,
Serm 358A,1).
Ya hemos transcurrido un trayecto de este año de la
misericordia y lo que hemos podido reflexionar seguramente ha sido de gran riqueza
para nuestra propia vida personal. Ojalá que no nos quedemos en simples
discursos y contenidos teóricos de muy buen calibre, sino que en realidad
aprendamos a vivir la misericordia con quien está a nuestro lado día a día.
Desde este punto de vista, como agustinos, tenemos la grave
responsabilidad y compromiso cristiano de asumir como característica
fundamental de nuestra convivencia la fraternidad, que en el contexto de este
año de la misericordia, se puede vivir asumiendo un sentido de “projimidad”. La
vida en comunidad implica compartir todo lo que somos y tenemos, tanto nuestras
cualidades y grandezas como, incluso, nuestros defectos y miserias. La vida
comunitaria implica conocer al otro y dejarse conocer por los demás; es
ayudarse mutuamente, es aprender a “soportar” al otro, es extrañar al otro
cuando está ausente o enfermo, es celebrar con el otro los triunfos suyos y
míos, y consolarnos mutuamente cuando las cosas no van bien. Vivir en comunidad
implica también reconocer que el otro tiene y puede cometer errores como yo los
puedo tener y cometer; es tener la suficiente confianza y respeto por el otro
para tener la capacidad de corregirle y en otros momentos también aceptar la
corrección del otro.
En este año de la misericordia, podemos asumir esta
dimensión comunitaria, no como algo nuevo que apenas descubrimos por este año
jubilar, sino más bien, como un renovar el espíritu agustiniano de vivir en la
casa unánimes con una sola alma y un solo corazón en Dios, como afirma nuestra
Regla y que perfectamente coincide con los sentimientos de este año especial
para la Iglesia. “En la propia alma todos hemos de pensar en repudiar el
afecto particular, que sin duda es temporal, y amar en ella aquella sociedad y
comunión de la que está escrito: Tenían un alma y un corazón dirigido hacia
Dios. De esa manera tu alma no es tuya propia, sino de todos tus hermanos; y
las almas de ellos son tuyas; o mejor dicho, las almas de ellos y la tuya no
son almas sino la única alma de Cristo” (Carta 243, 4).
Pidamos al Dios misericordioso que nos permita vivir este
año jubilar de tal manera que valoremos toda la riqueza de la espiritualidad
agustiniana que nuestra Orden posee y que no podemos simplemente quedarnos en
buenas intenciones y bonitas palabras, sino que en verdad puedan concretarse en
nuestra relación con el otro en nuestra propia comunidad religiosa y con todos
aquellos laicos que se relacionan con nosotros.
P. Fray Manuel
Eduardo Calderón Contreras, O.S.A.
Formador de
novicios.
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