domingo, 11 de marzo de 2018

Solo al amor nos acerca a Dios

Durante el rezo del Ángelus este domingo 11 de marzo en la plaza de San Pedro del Vaticano, el Papa Francisco advirtió contra los atajos ante situaciones desesperadas que llevan a caer en la droga, las supersticiones o la magia.
Ante ello, propuso dejarse llevar por el amor de Dios y la alegría cristiana, que “requiere fe y una vida moral sana”.
Imagen relacionadaEn sus palabras previas al rezo del Ángelus, el Santo Padre reflexionó sobre la alegría, destacando que este domingo 11 de marzo es el domingo de la alegría. “La antífona de ingreso de la liturgia eucarística nos invita a la alegría: ‘Alégrate Jerusalén’”.
“¿Cuál es el motivo de esta alegría?”, se preguntó el Papa. “Es el gran amor de Dios hacia la humanidad, como nos indica el Evangelio de hoy: ‘Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna’”.
Francisco explicó que “estas palabras, pronunciadas por Jesús durante el diálogo con Nicodemo, sintetizan un tema que se encuentra en el centro del anuncio cristiano: incluso cuando la situación parece desesperada, Dios interviene, ofreciendo al hombre la salvación y la alegría”.
“De hecho, Dios no se aparta, sino que entra en la historia de la humanidad para animarla con su gracia y salvarla”.
En sus palabras, el Pontífice concretó que “estamos llamados a escuchar este anuncio, rechazando la tentación de considerarnos seguros de nosotros mismos, de querer hacer a Dios de menos, recibiendo una absoluta libertad de Él y de su Palabra”.
“Cuando encontramos la valentía de reconocernos lo que somos, nos damos cuenta de que somos personas llamadas a lidiar con nuestra fragilidad y con nuestros límites. Entonces se puede padecer angustia, ansiedad por el mañana, miedo por la enfermedad o por la muerte”.
Según indicó, “esto explica por qué tantas perdonas, buscando una vía de salida, invocan en ocasiones peligrosos atajos como, por ejemplo, el túnel de la droga, o las supersticiones, o los ruinosos rituales de magia”.
“El cristianismo no ofrece fáciles consuelos, no es un atajo, sino que requiere fe y vida moral sana, que rechace el mal, el egoísmo y la corrupción. Pero nos da también la verdadera y gran esperanza de Dios Padre, rico de misericordia, que nos ha dado a su Hijo revelándonos así su inmenso amor”.
Afirmó que “la Cruz de Jesús es la manifestación más grande del amor de Dios: un amor que proviene del corazón del Padre y que es acogido y entregado con generosidad por el corazón del Hijo”.
“Se trata de abrir el corazón a estos dones –continuó–, y, en el tiempo de Cuaresma, nuestra alegría consiste en acoger siempre mejor la misericordia de Dios. Sólo así podremos vivir una vida animada por la justicia y la caridad, y nos convertiremos en testimonios de este amor divino, un amor que no se entre únicamente a quien lo merece, no requiere recompensa, sino que se ofrece gratuitamente, sin condiciones”.
Por último, finalizó pidiendo la intercesión de la Virgen María para que “nos meta en el corazón la certeza de que somos amados por Dios”.

lunes, 12 de febrero de 2018

MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA LA CUARESMA DEL 2018


MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA CUARESMA 2018

«Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24,12)
 Queridos hermanos:
Una vez más nos sale al encuentro la Pascua del Señor. Para prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece cada año la Cuaresma, «signo sacramental de nuestra conversión»[1], que anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida.
Como todos los años, con este mensaje deseo ayudar a toda la Iglesia a vivir con gozo y con verdad este tiempo de gracia; y lo hago inspirándome en una expresión de Jesús en el Evangelio de Mateo: «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (24,12).
Esta frase se encuentra en el discurso que habla del fin de los tiempos y que está ambientado en Jerusalén, en el Monte de los Olivos, precisamente allí donde tendrá comienzo la pasión del Señor. Jesús, respondiendo a una pregunta de sus discípulos, anuncia una gran tribulación y describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio.
Los falsos profetas
Escuchemos este pasaje y preguntémonos: ¿qué formas asumen los falsos profetas?
Son como «encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad.
Otros falsos profetas son esos «charlatanes» que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles: cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de «usar y tirar», de ganancias fáciles pero deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos estafadores no sólo ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos… haciéndonos caer en el ridículo; y el ridículo no tiene vuelta atrás. No es una sorpresa: desde siempre el demonio, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44), presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre. Cada uno de nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien.
Un corazón frío
Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado en un trono de hielo[2]; su morada es el hielo del amor extinguido. Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros?
Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos[3]. Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas.
También la creación es un testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también contaminados, tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzadas; los cielos —que en el designio de Dios cantan su gloria— se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte.
El amor se enfría también en nuestras comunidades: en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium traté de describir las señales más evidentes de esta falta de amor. estas son: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo de lo aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero[4].
¿Qué podemos hacer?
Si vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que antes he descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno.
El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos[5], para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.
El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia. A este propósito hago mía la exhortación de san Pablo, cuando invitaba a los corintios a participar en la colecta para la comunidad de Jerusalén: «Os conviene» (2 Co 8,10). Esto vale especialmente en Cuaresma, un tiempo en el que muchos organismos realizan colectas en favor de iglesias y poblaciones que pasan por dificultades. Y cuánto querría que también en nuestras relaciones cotidianas, ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de la divina Providencia: cada limosna es una ocasión para participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de mí para ayudar a un hermano, ¿no va a proveer también mañana a mis necesidades, él, que no se deja ganar por nadie en generosidad?[6]
El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre.
Querría que mi voz traspasara las fronteras de la Iglesia Católica, para que llegara a todos ustedes, hombres y mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios. Si se sienten afligidos como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos.
El fuego de la Pascua
Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo.
Una ocasión propicia será la iniciativa «24 horas para el Señor», que este año nos invita nuevamente a celebrar el Sacramento de la Reconciliación en un contexto de adoración eucarística. En el 2018 tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirándose en las palabras del Salmo 130,4: «De ti procede el perdón». En cada diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas seguidas, para permitir la oración de adoración y la confesión sacramental.
En la noche de Pascua reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio pascual: la luz que proviene del «fuego nuevo» poco a poco disipará la oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica. «Que la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu»[7], para que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús: después de escuchar la Palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y caridad.
Los bendigo de todo corazón y rezo por ustedes. No se olviden de rezar por mí.
Vaticano, 1 de noviembre de 2017
Solemnidad de Todos los Santos
Francisco


[1] Misal Romano, I Dom. de Cuaresma, Oración Colecta.
[2] «Salía el soberano del reino del dolor fuera de la helada superficie, desde la mitad del pecho» (Infierno XXXIV, 28-29).
[3] «Es curioso, pero muchas veces tenemos miedo a la consolación, de ser consolados. Es más, nos sentimos más seguros en la tristeza y en la desolación. ¿Sabéis por qué? Porque en la tristeza nos sentimos casi protagonistas. En cambio en la consolación es el Espíritu Santo el protagonista» (Ángelus, 7 diciembre 2014).
[4] Núms. 76-109.
[5] Cf. Benedicto XVI, Enc. Spe salvi, 33.
[6] Cf. Pío XII, Enc. Fidei donum, III.
[7] Misal Romano, Vigilia Pascual, Lucernario.


domingo, 11 de febrero de 2018

JESÚS SANA A UN LEPROSO

Durante el rezo del Ángelus este domingo 11 de febrero en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, el Papa Francisco se refirió a la Jornada Mundial del Enfermo que se celebra este domingo y señaló que ninguna enfermedad puede romper la relación con Dios, únicamente el pecado que es una enfermedad del corazón, una lepra que puede purificarse con el sacramento de la confesión.
Resultado de imagen para papa francisco“Este domingo, el Evangelio, según San Marcos, nos presenta a Jesús que cura a los enfermos de todo tipo. En ese contexto se sitúa la Jornada Mundial del Enfermo, que se celebra precisamente hoy, 11 de febrero, memoria de la Beata Virgen María de Lourdes”, señaló el Santo Padre.
Resultado de imagen para Jesús sana a un leprosoEn ese sentido, el Papa explicó que “ninguna enfermedad es causa de impureza: la enfermedad ciertamente toca a toda la persona, pero de ningún modo afecta o le inhabilita para su relación con Dios. Así, una persona enferma puede permanecer unida a Dios”.
Por el contrario, “el pecado sí que te deja impuro. El egoísmo, la soberbia, la corrupción, esas son las enfermedades del corazón de las cuales es necesario purificarse, dirigiéndose a Jesús como se dirigía el leproso: ‘Si quieres, puedes purificarme’”.
El Santo Padre invitó a acudir al sacramento de la confesión para purificar el alma: “Cada vez que acudimos al sacramento de la Reconciliación con el corazón arrepentido, el Señor nos repite también a nosotros: ‘Quiero, queda purificado’”.
Así, resaltó, “la lepra del pecado desaparece, volvemos a vivir con alegría nuestra relación filial con Dio y quedamos plenamente reintegrado en la comunidad”.
Francisco destacó luego que hoy, en el día de la Virgen de Lourdes y “con la mirada dirigida a la gruta de Massabielle, contemplamos a Jesús como verdadero médico de los cuerpos y de las almas, que Dios Padre ha enviado al mundo para curar a la humanidad, marcada por el pecado y por sus consecuencias”.
Resultado de imagen para Jesús sana a un leprosoEl Papa explicó que “la página del Evangelio de hoy nos presenta la curación de un hombre enfermo de lepra, patología que en el Antiguo Testamento se consideraba una grave impureza y que implicaba la marginación del leproso de la comunidad”.
“Su condición era realmente lamentable, porque la mentalidad de aquel tiempo le hacía sentirse impuro ante Dios y ante los hombres. Por eso, el leproso del Evangelio suplica a Jesús con estas palabras: ‘Si quieres, puedes purificarme’”.
El Papa señaló que “al oír aquello, Jesús sintió compasión”. En este sentido, invitó a “fijar la atención sobre esta resonancia interior de Jesús, como hemos hecho durante el Jubileo de la Misericordia. No se entiende la obra de Cristo, no se entiende a Cristo mismo, si no se entra en su corazón rebosante de compasión y de misericordia”.
s esa compasión “la que lo lleva a extender la mano sobre aquel hombre enfermo de lepra, a tocarlo, a decirle: ‘Quiero, queda purificado’. El hecho más impactante es que Jesús toca al leproso, porque aquello estaba totalmente prohibido por la ley mosaica. Tocar a un leproso significaba contagiarse también en el interior, en el espíritu, y, por lo tanto, quedar impuro”.
“Pero, en este caso, el influjo no va del leproso a Jesús para transmitir el contagio, sino de Jesús al leproso para darle la purificación. En esta curación admiramos, además de la compasión, la audacia de Jesús, que no se preocupa no del contagio ni de las prescripciones, sino que se mueve solo por su voluntad de liberar a aquel hombre de la maldición que lo oprime”.
Para concluir, Francisco hizo votos para que “por intercesión de la Virgen María, nuestra Madre Inmaculada, pidamos al Señor, que ha llevado también la salud a los enfermos, que sane nuestras heridas interiores con su infinita misericordia, para que nos dé otra vez la esperanza y la paz del corazón”.
Tomado de: https://www.aciprensa.com/noticias/el-papa-afirma-que-el-pecado-es-la-unica-enfermedad-que-causa-impureza-45815

domingo, 4 de febrero de 2018

MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO EN EL ÁNGELUS

Durante el rezo del Ángelus, este domingo 4 de febrero en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, el Papa Francisco recordó que la predicación de Jesús se sustenta en el camino y por ello, sus discípulos y la Iglesia, deben sostener el anuncio del Evangelio en el camino, en el movimiento, nunca desde la parálisis.
“El anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús encuentra su lugar en el camino”, explicó el Santo Padre.
El Papa recordó cómo, en el Evangelio de este domingo, “a los discípulos que le buscaban para llevarlo a la ciudad, a Cafarnaúm, Él les responde: “‘Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique’”.
“Ese es el camino del Hijo de Dios y ese será el camino de sus discípulos: el camino como lugar del feliz anuncio del Evangelio, sitúa la misión de la Iglesia bajo el signo del ‘caminar’, del ‘movimiento’ y nunca de la parálisis”.
Resultado de imagen para homilia domingo v tiempo ordinario ciclo bEn el fragmento del Evangelio de San Marcos leído este domingo se realiza una descripción de un día de Jesús en Cafarnaúm, “era un sábado, la fiesta semanal de los hebreos. En esta ocasión, el evangelista Marcos pone de relieve la relación entre la actividad taumatúrgica de Jesús y el despertar de la fe de las personas con las que se encuentra”.
“De hecho, con los signos de curación que realiza para los enfermos de todo tipo, el Señor quiere suscitar como respuesta la fe”, destacó Francisco.
Como ejemplo de esto se sitúa la curación de la suegra de Pedro, “que no sólo refleja el extraordinario poder de Cristo sobre un cuerpo enfermo. Por medio de esta breve narración, Marcos hace surgir un significado general de los milagros: la curación del cuerpo se dirige a la curación del corazón”.
Este episodio evangélico “contiene también una exhortación válida para cada creyente: una vez liberados del camino del mal y recuperadas las fuerzas como resultado de la intervención de Jesús, es necesario seguir el ejemplo de la suegra de Pedro, que rápidamente se puso al servicio del Señor y de los otros huéspedes”.
“La jornada de Jesús en Cafarnaúm finaliza con la escena de la gente de toda la aldea reunida ante la casa donde se alojaba para llevarlo donde los enfermos. La multitud, marcada por el sufrimiento físico y la miseria espiritual, constituye, por decirlo así, el ‘ambiente vital’ en el cual se desarrolla la misión de Jesús hecha de gestos y de palabras que sanan y consuelan”.
En medio de esa multitud, “una humanidad afectada por el sufrimiento, las fatigas y los problemas”, Jesús finaliza la tarde del sábado. “A esa pobre humanidad se dirige la acción potente, liberadora y renovadora de Jesús”.
“Antes del alba del día siguiente, Jesús salió sin ser visto por la puerta de la ciudad y se retira a un lugar apartado para rezar. Jesús reza. De ese modo, sustrae también de su persona y de su misión toda visión triunfalista que malinterprete el sentido de los milagros y de su poder carismático”.
De hecho, “los milagros son signos que invitan a la respuesta de fe, signos que siempre están acompañados de las palabras que iluminan, y juntos, signos y palabras, provocan la fe y la conversión por medio de la gracia divina de Cristo”.
El Papa finalizó pidiendo a la Virgen “que nos ayude a permanecer abiertos a las voces del Espíritu Santo que empujan a la Iglesia a poner siempre la tienda en medio de la gente que para llevar a todos la palabra sanadora de Jesús, médico del alma y del cuerpo”.
https://www.aciprensa.com/noticias/el-papa-pide-una-iglesia-en-camino-alejada-de-toda-paralisis-35444

lunes, 29 de enero de 2018

Nuevos profesos en la Provincia de Colombia y de Ecuador

EL día 27 de enero de 2018, se celebró la solemne eucaristía en el Santuario Nuestra Señora de la Salud de Bojacá, en la cual nuestros novicios del año 2017 hicieron su primera profesión de votos religiosos de castidad, pobreza y obediencia. Esta eucaristía estuvo presidida por el Rvdo P. Provincial de la Provincia Nuestra Señora de Gracia de Colombia, el P. Marino Piedrahita, OSA y concelebrada por el P. Wilson Posligua, OSA, Superior provincial de Ecuador, y los reverendos padres Israel Jiménez, OSA, maestro de profesos y el P. Manuel Calderón, OSA, maestro de novicios. 







NUEVOS NOVICIOS EN LA PROVINCIA AGUSTINIANA

El pasado 09 de enero del 2018 iniciaron su noviciado cuatro hermanos por medio del rito de la toma de hábito agustiniano. En el oratorio del convento Nuestra Señora de Gracia en Bojacá, se celebró este rito presidido por el rvdo p. Provincial Marino Piedrahita, OSA, en presencia del maestro de prenovicios y del maestro de novicios y otros hermanos de la Provincia. A estos nuevos novicios, les deseamos muchos éxitos y que Dios y la Virgen de la Salud les fortalezca y les de perseverancia.